MONASTERIO Y MUSEO
SANTA CLARA LA LAGUNA
RESEÑA HISTÓRICA DEL
MONASTERIO DE SANTA CLARA DE ASÍS
EN SAN CRISTÓBAL DE LA LAGUNA (TENERIFE)
La presencia e historia de las Clarisas en Canarias se remonta al año 1547, fecha en la que llegan diez religiosas a la ciudad de San Cristóbal de La Laguna, procedentes de los Monasterios Urbanistas de San Antonio de Baeza y Regina Coeli de Sanlúcar de Barrameda.
Don Alonso Fernández de Lugo, hijo del conquistador don Bartolomé Benítez, el 3 de junio de 1544, había otorgado testamento en La Orotava dejando 2000 doblas de oro para la fundación de un convento femenino, por no existir ninguno en las islas. A los pocos meses fallece en Sevilla y un año más tarde el Cabildo concede poderes para cobrar su herencia estableciendo las condiciones de la fundación con don Francisco Benítez de Lugo y don Diego Benítez Suazo, hermanos del testador.
En virtud de un acuerdo entre el Cabildo y los franciscanos, firmado en 1546, las monjas ocuparán durante más de 30 años el Monasterio de San Miguel de las Victorias de los frailes, pero la imprecisión del citado convenio, da lugar a un pleito que se prolonga durante mucho tiempo y finaliza con la sentencia del Papa Pío V a favor de los religiosos, dictamen que obliga a las monjas a restituir, en el plazo de tres años, San Miguel de las Victorias a sus legítimos propietarios.
El 8 de marzo de 1575, ante el escribano Juan Núñez Jaimes, las religiosas aceptan la sentencia que las obligaba a marchar a la Península e integrarse a otros conventos de su orden, si en el plazo fijado no encontraban alojamiento apropiado.
El Cabildo, previa licencia real del 30 de Julio de 1575, en compensación por su privilegio de nombrar dos monjas sin dote, señala al monasterio "dos suertes de tierras, cada una de ocho fanegas de sembradura, de las que debía ser usufructuario por diez años". El mismo año, doña Olalla Fonte del Castillo, viuda del doctor y regidor don Juan Fiesco, se obliga a fabricarles iglesia y casas de habitación en su propia casa; así quedaba resuelto el problema más inmediato.
Los trabajos de construcción se realizaron con toda urgencia por el corto plazo de que disponían. De modo que, el 21 de diciembre de 1577, "en solemnísima procesión, aplauso general, asistencia de todo el estado eclesiástico y de toda la nobleza de la isla" las monjas pudieron trasladarse a su nuevo convento.
La escritura de fundación se otorgaría finalmente en 23 de febrero de 1579. En ella se estipula la donación de doña Olalla a cambio de admitir por monjas a tres de sus hijas, y darle a la fundadora y a sus herederos un asiento junto al arco principal de la iglesia y una sepultura en la capilla mayor.
Consagrado a San Juan Bautista, el edificio conventual de Santa Clara se alza en el centro de la ciudad donde continua en la actualidad cumpliendo con su primitiva misión. Sin ser monumental, los anchos muros que lo rodean son un fiel reflejo de la clausura. Ocupa toda una manzana delimitada por las calles Ascanio León y Huerta, Anchieta, Viana y Nava y Grimón. Destaca un torreón en la esquina de la calle Viana con Ernesto Ascanio que se remata con un mirador de estilo canario-andaluz, fabricado en 1717. La iglesia se alinea paralela a la calle León y Huerta. Su interior mide unos 23 metros de largo y poco menos de 10 metros de ancho; es de una sola nave, espaciosa y llena de luz, de buena altura y cubierta con un magnifico artesonado en la parte correspondiente al presbiterio.
El interior del convento se articula en torno a dos bellos patios ajardinados. Ambos se comunican con la Iglesia, aunque se accede al coro bajo a través del corredor que bordea al menor de ellos. Dispone, además de un tercer patio, pasillo o pequeña calle rectangular donde estuvo ubicado el antiguo beaterio. Esta zona hoy, adecuada a los tiempos y a las necesidades de la comunidad, se ha destinado a los múltiples usos que marcan la vida cotidiana de la clausura, trabajo, silencio y oración, tales como; lavandería, cocina, refectorio, sala de labor, sala de estudio, oratorio, oficinas, sala capitular, obrador (trasera), estudio del noviciado y, al final del mismo, se ha construido recientemente una moderna cripta.
Desde su fundación, el crecimiento de la comunidad de religiosas Clarisas fue notorio, tanto en religiosas como en rentas. El siglo XVII Santa Clara es un rico y próspero monasterio con más de un centenar de religiosas, cada una de las cuales había pagado entre 400 y 1000 ducados de dote.
Además, se convertiría en la casa madre de las Clarisas en las Islas Canarias. Su impulso a favor de la expansión de la orden en el Archipiélago, materializada en la fundación de los conventos de San Diego de Garachico, San José de La Orotava (isla de Tenerife) y Santa Águeda y de San Bernardino de Sena en las islas de La Palma y Las Palmas de Gran Canaria respectivamente, evidencia la fecundidad, dinamismo y auge de la Comunidad.
Finalizando la centuria, la noche del 2 de Junio de 1697, un incendio destruye gran parte del convento. Provisionalmente la comunidad tiene que alojarse en el convento de Santa Catalina, hasta Septiembre del mismo año que las religiosas pudieron volver al suyo, a cuya rápida restauración contribuyó el alarife Diego de Miranda. En 1700 la Iglesia estaba terminada y se vuelve a abrir al culto.
El siglo XVIII, siendo próspero no alcanzaría el vigor anterior. Las dificultades económicas de la sociedad canaria comienzan a observarse en los libros de cuentas del convento y, sobre todo, en el número de pleitos que genera el impago de tributos y rentas de los que se sustenta. Muy a comienzos del siglo XIX, el convento parece recobrar cierto auge, aunque ya nunca volverá a alcanzar su antigua prosperidad; en 1805 la comunidad se compone de 32 religiosas, dos novicias, dos legas y una donada.
Las turbulencias de la sociedad decimonónica se acusan negativamente en el convento. A la aguda crisis político-institucional se suma la insoportable situación derivada del estancamiento socioeconómico, además de la crisis financiera y presupuestaria con las nuevas estructuras político-administrativas (Diputaciones provinciales, nuevos Ayuntamientos, etc.), hasta el punto de necesitar recurrir a empréstitos de particulares. Con este panorama en el exterior, podemos entender las dificultades intramuros de aquellas religiosas que, con escasos medios para sobrevivir, debieron afrontar la despiadada desamortización al ser privadas de los bienes procedentes de sus dotes y donaciones. Afortunadamente consiguen mantenerse unidas, pues la exclaustración no les afectó.
En el siglo XX esta comunidad lagunera se irá manteniendo con cierta estabilidad, incluso en los años previos y durante la guerra civil, en gran medida, gracias al apoyo de la población. Sin embargo, a comienzos del último cuarto de siglo, el paso de los años, las condiciones climáticas, enfermedades y avatares de todo tipo habrá ido dejando su huella en una mermada comunidad y en un edificio que, por falta de medios económicos, alcanzaba un estado casi ruinoso e insano para las escasas religiosas que en él permanecían en una situación angustiosa.
Atendiendo a la solicitud del Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de la Diócesis, don Damián Iguacen Borau a la Madre Presidenta de la Federación Bética, este convento recibió la ayuda temporal de varias comunidades peninsulares. Aunque, sin duda la generosa respuesta de las religiosas palentinas de Santa Clara de Astudillo, sería fundamental para comenzar el largo camino de restauración del cenobio lagunero. El 20 de Noviembre de 1987, llegaron las seis primeras religiosas castellanas, han transcurrido casi 6 lustros para ver concluidas las obras. Hoy, la Comunidad cuenta con doce religiosas profesas de distinta procedencia; canarias, castellanas y angoleñas.
El convento cumple con las necesidades monásticas físicas y espirituales, alberga en su interior un magnífico Museo de Arte Sacro, inaugurado en 2013. Las Clarisas nos abren su corazón y su oído, nos regalan
su oración y paciencia. Han sabido ganarse el cariño y la gratitud de una sociedad que se acerca a ellas en las alegrías y en las dificultades pues siempre responden con una sonrisa, una palabra amable, enriqueciéndonos con su testimonio tan evangélico, tan franciscano.
BIBLIOGRAFÍA
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DÑA. MARGARITA GALLARDO GONZÁLEZ. LICENCIADA EN GEOGRAFÍA E HISTORIA. ARCHIVERA DEL MONASTERIO DE SANTA CLARA - LA LAGUNA. MIEMBRO DE LA COMISIÓN DEL MUSEO DE DICHO MONASTERIO
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